Lunes por la
madrugada. Ya habían pasado algunas semanas desde aquel incidente de los
documentos. El insomnio ya era mi pan de cada día y me había acostumbrado a
solo dormir por momentos.
Esa madrugada
había sido diferente a las demás, sentía una presión en el pecho muy peculiar. Nunca
he creído en cosas sobrenaturales pero mi sensación parecía ser eso a lo que
llaman un presentimiento. Sentía que algo malo estaba por ocurrir, bueno ni
siquiera podría decir si era algo malo, solo era algo.
Estaba casi a
punto de quedarme dormido, cuando de pronto se abrió la puerta de mi habitación.
Entraron varias personas y sin más, me sujetaron de brazos y piernas y me
cubrieron la cabeza después de eso solo sentí un golpe muy duro en la cabeza.
Me desmayé.
Desperté. No sé
cuánto tiempo después. Estaba desnudo dentro de una tina con hielo, atado de pies
y manos. Lo primero que me vino a la mente fueron aquellas leyendas urbanas de un
secuestro para sacar tus órganos y después abandonarte en una bañera y sin tus
riñones. Sin embargo, estaba seguro de que esto era diferente. Todo estaba a obscuras
y no podía escuchar nada más que el agua en contacto con mi cuerpo. Pasaron
varios minutos quizás horas, no podía tener noción del tiempo ni siquiera sabía
si era día o si era noche.
Por fin se abrió
una puerta. Entró un hombre con capucha como vestían los verdugos que iban a
ejecutar a alguien en la guillotina, en la antigua Francia. No me dirigió palabra
alguna a pesar de preguntarle varias veces su presencia en el lugar. Solo jaló
una cuerda al mismo tiempo que me ponía de cabeza sobre esa bañera. Vacío mas
hielos en ella y yo que me quede suspendido mientras lo hacía, después de eso
con una vara delgada comenzó a azotarme varias veces. Sentí como si la espalda
estuviera sangrándome. El dolor no era tanto pues creo que el hielo me anestesiaba.
Solo podía sentir que algo escurría por la espalda. No distinguía si era el agua
o mi sangre. Después de azotarme, aquel individuo salió de la habitación
dejándome en la obscuridad total otra vez.
Así pasaron algunos
días, semanas, meses o quizá solo fueron unas horas pero a mí me pareció una
eternidad. La última vez que entró aquel hombre, me desató y me sacó de la
bañera. Me dijo –están esperando– me indicó seguirlo. Al salir de la habitación
quedé completamente cegado. Era un pasillo a media luz pero para mí, parecía
que estaba viendo directo al sol. Después de recuperarme un poco seguí al
hombre. Me dirigió hasta otra habitación donde había un poco de comida y agua. Me
dijo que tenía 3 minutos para comer. Pasado el tiempo me jaló del brazo y me
sacó de la habitación, me llevó a otra parecida a un congelador, por lo fría
que estaba. Yo seguía sin ropa y mojado aún. Me empujó adentro del cuarto y cerró
la puerta. Al final de la habitación había una pequeña mesa en donde había una
hoja. Me acerqué a la nota y la leí: “Cuando estés listo, toca tres veces la
puerta. Vendremos para hablar”. De inmediato corrí hacia la puerta y toqué tres
veces. Casi al instante se abrió y entraron varios hombres. No tuve oportunidad
de contarlos y sin decir nada comenzaron a golpearme. Yo solo pude tirarme al
suelo y cubrirme para protegerme. Mientras se alejaban solo puede escuchar una
voz –Vuelve a tocar la puerta cuando estés listo para hablar–. Me quedé tirado
y desconcertado, ¿listo para hablar, pero hablar de qué?, estoy seguro que sería
algo sobre la ígnea, de eso no tenia duda. Pero, ¿qué tenía que decir?, había
guardado tantos secretos. No sabía que podía decir y que no. No sabía lo que
querían escuchar.
Traté de buscar
alguna señal de quiénes eran esos individuos y lo que esperaban de mí. No podía
entenderlo pues no había nada en esa habitación que me diera siquiera una
señal.
Después de mucho
pensarlo decidí que tenía que sacarle algo de información mis secuestradores. Volví
a tocar tres veces en la puerta, seguido de eso entró un hombre con bata blanca
y encapuchado, me dijo – ¿estás listo para hablar?– No sé qué es lo que quieren
saber, respondí. El hombre sacó unas pinzas de su bata, se me acercó, me tomó
el meñique izquierdo y lo apretó tan fuerte hasta fracturarlo. Solo me retorcí
del dolor, mientras tanto el hombre reía –la próxima vez que me hables espero estés
listo para hablar de tu traición– comentó.
En ese momento
supe lo que sucedía. Todo esto se debía a la información que ofrecí pero, ¿cómo
se enteraron? ¿Cómo supieron que yo estaba vendiendo información? A no ser que
a mí también me hayan traicionado.
El dolor era muy
intenso. Después de mucho tiempo deje de sentir el dolor. El dedo se puso
morado casi negro y pensé seguro que eso era nada bueno. Al menos ya no sentía
ni para bien ni para mal.
No tenía
nada más que pensar en las respuestas que iba a dar a esos hombres, tenía que
planear muy bien lo que iba a decir para que ellos lo creyeran. Al final no sería
la primera vez que les mentiría y seguro lo creerían. Incluso practiqué varias
veces antes de llamarles. Cuando al fin estaba listo para tocar, alguien lanzó
un periódico bajo la puerta de esa habitación.
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